Dado el tamaño de nuestro país, visitar los 132 pueblos designados como mágicos por la Secretaría de Turismo es una tarea de tiempo y esfuerzo considerables. Más cuando esto se hace en motocicleta bajo las reglas de verificación definidas por la organización Rodando Rutas Mágicas. Cuando inicio algo, no suelo tener la paciencia de dejar que la providencia marque la pauta. ¡Hay que hacer que las cosas sucedan! Así que, conforme la zona central del mapa de la república se fue poblando con los marcadores de los pueblos mágicos que visité durante 2021, pensé mucho sobre tres rutas para recorrer los veinte que se encuentran en el sur y el sureste del país.
La mayor parte del trazo de las dos rutas más lejanas (Yucatán y Chiapas) ya la había recorrido en moto quince años atrás y a Oaxaca lo había rodado varias veces en los últimos tiempos; pero, por lo mismo, entendía la magnitud de estas distancias de miles de kilómetros y lo difícil que es ir y regresar desde la Ciudad de México, sobre todo, en estos tiempos turbulentos en los que las condiciones de seguridad se deterioran cada día más. De manera paradójica, en lugar de hacerlas en tres episodios diferentes, me pareció más fácil y sensato sumarlas todas en una gran ruta. Además, de esta forma podría celebrar con mi familia y algunos buenos amigos el fin de año en Mérida.
Los primeros ochocientos kilómetros de la ruta no permiten añadir mucho a lo narrado en las últimas crónicas. Las grandes autopistas del país se encuentran totalmente saturadas y en mal estado, como es el caso de la autopista que va a Veracruz por Orizaba y la del sureste hacia Villahermosa. En varios tramos, el tráfico es kilométrico y el paso por las casetas más importantes puede tomar más de una hora. Esto refleja el creciente déficit de inversión en infraestructura que poco a poco ahoga el crecimiento de la economía y la recuperación después de la pandemia.
Hasta Tapijulapa, cerca de Villahermosa, todo salió muy bien y el primer pueblo de la ruta resultó una agradable sorpresa. Es muy bello. Se encuentra a la orilla del río Grijalva, justo a la entrada de las montañas que separan Tabasco de Chiapas y llegas a él a través de una sinuosa carretera que es muy divertida en motocicleta. Después, la ruta siguió hacia Palizada por los espectaculares Pantanos de Centla y, al seguir el camino que pasa por Ciudad Pemex, se repitió la misma historia que meses atrás viví en Veracruz. En el mapa, el camino está marcado como pavimentado, pero lleva años abandonado y ahora es una terracería. Tampoco me sorprendió tener que cruzar un ancho río tributario del Usumacinta por el improvisado y peligroso remanente de un puente derruido.
Cerca de la frontera con Guatemala, lo que esperaba ver eran patrullas y retenes del ejército controlando el territorio, y si no, a la Guardia Nacional, pero durante toda la ruta llama la atención la ausencia de cuerpos federales, aun en zona de frontera. Los puntos de control cercanos al límite fronterizo (cruces de carreteras) están en manos de las policías municipales. No tengo los datos para saber por qué las instituciones de seguridad nacional están ausentes en el inmenso territorio del sureste de México, pero hace quince años los militares tenían una presencia territorial tangible sobre la zona y, a pesar de que ahora la Guardia Nacional se dice que cuenta con 150,000 elementos, tampoco pinta mucho en la región. ¿En dónde están? ¿A qué tareas están asignados?
Después de los Pantanos de Centla, me reincorporé en Frontera, Tabasco, a la ruta tradicional del sureste que va de Villahermosa a Mérida a través de Ciudad del Carmen. También estuvo horriblemente saturada y poco apta para satisfacer las necesidades de transporte de la región. Antes de llegar a Mérida, tomé la desviación por el camino de Isla Aguada, otro pueblo “mágico”, el cual no parece sitio turístico porque no tiene ningún atractivo más que la playa. Hice base en Mérida por unos días para pasar el fin de año con la familia y conocimos tres pueblos más de la lista: Sisal, Izamal y el bello Maní, donde la casualidad me llevó a visitar un “meliponario” de nombre U Naajil Yuum K’iin. Dentro de troncos huecos, el señor Luis Quintal Medina cría pequeñas abejas sin aguijón, llamadas meliponas, que en algún momento casi estuvieron extintas, pero ahora son atesoradas porque producen una de las mieles más codiciadas y caras del mundo.[1] Aprovechamos también para visitar Uxmal, Progreso y Valladolid. Uno es una zona arqueológica, el otro playa y puerto, y el tercero uno más de los pueblos mágicos.
La verdad es que, al estar una vez más en Yucatán, de inmediato corroboré lo que varias veces he escuchado y vivido. Es un estado que se cuece aparte del resto. Tiene una excelente red de carreteras estatales libres de peaje, la fuerza policial de Mérida es muy organizada y estricta, los ciudadanos parecen respetarla mucho y, a pesar de la crisis y los problemas ancestrales de pobreza, los pueblos y ciudades se ven más organizados y pacíficos que en el resto del país. Cosa contraria se percibe en Quintana Roo. Desde Isla Mujeres, en donde Optimus navegó en ferry por primera vez, hasta Bacalar, pero sobre todo en Playa del Carmen, el buen ambiente turístico que le dio fama mundial a la región y que me atrajo en otras ocasiones ha desaparecido y muchas cosas parecen estar fuera de control, desde los catamaranes peligrosamente atiborrados de turistas ebrios hasta los taxis que pretenden cobrar cien dólares o más en trayectos de pocos kilómetros. El prestigio de estos destinos ha sido sobreexplotado y se dan todo tipo de maltratos y abusos al turista, al tiempo que se pierde la garantía de vacacionar con seguridad debido a la creciente violencia entre los grupos de narcomenudistas que pelean por ganar el mercado de los turistas ávidos por consumir drogas recreativas (un pésimo perfil de consumidor). Todos estos elementos se encadenan en un ciclo de degradación, abuso y violencia que pone en tela de juicio el futuro turístico de la zona.
Durante el viaje, un amigo me dijo que esto se desprende de la diferencia entre Mérida —un sitio con una cultura antigua bien arraigada que lleva aparejada el orgullo de ser yucateco y vivir de una manera ordenada, lo cual por cierto de inmediato percibes como visitante a través de las normas de comportamiento que los pobladores te exigen cumplir— y la Riviera Maya, donde gran parte de los habitantes no tiene arraigo o interés por el lugar, ya que son inmigrantes de primera generación en busca de fortuna y lo primordial es sacar cuanto puedan del aparentemente ilimitado flujo de turistas. A lo anterior, bien vale la pena añadir que Acapulco, también un gran destino turístico de clase mundial en otro tiempo, perdió su fama por la masificación, la depredación y la falta de un rumbo bien definido para mantenerlo turísticamente saludable a largo plazo.
Uno de los días más largos del plan de ruta era el camino de Playa del Carmen a Tulum, Bacalar y luego Escárcega para tratar de llegar en un solo día hasta Palenque en Chiapas. Encima de la distancia, estos 750 kilómetros se complicaron horriblemente por un temporal de invierno que me persiguió con lluvia todo el trayecto. En Escárcega caí en la cuenta de que, a pesar de haber circunnavegado la península, en ningún momento encontré evidencias de que se estuviera construyendo el tren maya. A diferencia de otras zonas en donde los programas emblemáticos de esta administración, como los caminos comunitarios o Sembrando Vida son muy visibles, desde las carreteras y ciudades de la península, no se ven frentes de trabajo, plantas de procesamiento de materiales, camiones o maquinaria que transporten materiales de un lugar a otro, o siquiera carteles de publicidad en los caminos.
A partir de Palenque, inició la parte de la ruta con más incógnitas sobre la seguridad. Desde hacía meses las noticias reportaban que el paso a San Cristóbal de las Casas por Oxchuc estaba bloqueado por conflictos postelectorales y nadie me sabía dar razón de las condiciones de la carretera de Ocosingo hacia Comitán. La única manera de resolver este misterio sería haciendo el camino. Por la mañana, la carretera seguía mojada y resbalosa, pero todo pintaba bien. Poco a poco las condiciones de manejo fueron mejorando y, al salir de una curva para cruzar un pequeño caserío, de repente una cuerda de banderolas de colores, como las que se colocan en los edificios nuevos para anunciar departamentos en venta, brincó frente a la moto. Estaba atada a un poste del lado izquierdo de la carretera y del otro lado la sostenía un niño de alrededor de unos ochos años, con ojos avispados y una sonrisa maliciosa. Debo decir que pocas cosas son tan peligrosas y asustan más a un motociclista que una cuerda, cable o alambre que de improviso se atraviesan por el camino. Frené y, al tratar de entender la situación, me desconcertó que la imagen fuera tan extraña.
No se veía a nadie más que al niño y, a unos metros más a la derecha, a una señora sentada en una silla, amamantando a un bebé junto a una mesa de madera desvencijada sobre la que se encontraban algunas pencas de plátano y lo que parecían bolsas rellenas de plátanos fritos. Además, mi posición era muy mala; me encontraba parado en medio de la carretera después de una curva, momentáneamente inmovilizado por el chamaco. La cosa se puso todavía más rara. “¡Dame 100 pesos para pasar!”, dijo con firmeza el gandalla. Me parecía estar dentro de una trampa para tigres en la que ellos eran la carnada. ¿Cómo una carretera federal podía estar “bloqueada” por un niño y una madre amamantando a su bebé? ¿Sin nadie más a la vista? Me encontraba frente a una escena de una fragilidad y una vulnerabilidad totalmente fabricadas, acompañada encima de una demanda desorbitada.
La siguiente pregunta del diminuto patán fue “¿Cuánto cuesta tu moto?”. Antes de dejar que el interrogatorio siguiera en ese sentido, mejor intenté ponerme a cotorrear con él. Le expliqué que estaba en peligro porque me podía chocar un auto por atrás, pero me ignoró y repitió su demanda de dinero. Busqué en las bolsas de mi chamarra y encontré una moneda, que le di, pero él insistió en que quería saber cuánto costaba la moto. “Una moneda”, le dije y sin pensarlo un segundo me ofreció de nuevo la moneda que le había dado. “¡Te la compro!”. Los dos reímos de forma ruidosa y finalmente bajó la cuerda para dejarme pasar. Kilómetros adelante topé con el mismo garlito, pero esta vez el niño estaba distraído e intentó levantar la cuerda cuando ya la había pasado. Todavía, en la desviación hacia las cascadas de Agua Azul, otro destino turístico con fama internacional, me detuvo otro niño con el mismo modus operandi. Simplemente decidí dar vuelta en U para marcharme hacia Comitán, abandonando la visita a las cascadas, que, por fortuna, ya conozco.
Personalmente no tengo duda de que detrás de estos aparentemente frágiles bloqueos existe una mafia que monta las escenas para, además de sacar cien pesos o una moneda a cada vehículo que pasa, “pegarle al gordo” con un conductor descontrolado que cometa alguna imprudencia y agreda al niño o a la señora, de modo que más adelante un grupo realmente agresivo y organizado utilice la provocación como pretexto para poner en marcha una verdadera y cuantiosa extorsión[2]. Obviamente, en esos kilómetros no había ningún vehículo de la policía, ni municipal, ni estatal ni federal, pero pocos kilómetros después fue evidente que en esa zona, y en el resto de Chiapas, las diferentes policías locales controlan el territorio y buscan marcarle la pauta a los demás.
En Ocosingo, seguí preguntando por el camino hacia Comitán. Las noticias no eran buenas. Al parecer había bloqueos tanto en el camino por Altamirano como en el de San Cristóbal de las Casas por Oxchuc, que son las únicas dos carreteras que atraviesan las montañas de Chiapas hacia el sur. Además, algunas personas me decían que, después de Altamirano, la carretera a Comitán estaba tan maltratada que no era transitable. Estando tan lejos de casa era más fácil primero investigar la realidad del bloqueo que dar marcha atrás para regresar a Palenque y cancelar el resto de la visita. Cerca de Altamirano, la larga fila de autos y camiones estacionados a ambos lados de la carretera me confirmaron los rumores. No había paso.
De todas formas, me acerqué al bloqueo para preguntar sobre la situación. Al ver que era motociclista, me informaron que las motos tenían permitido el paso. Sólo debían entrar al pueblo con el motor apagado y rodadas a pie por el conductor. ¿Por qué? Hasta la fecha no lo sé, pero no dudé en tomarles la palabra y entrar al pueblo empujando a Optimus. Metros más delante de la cuerda que levantaron para nosotros volví a montarme, celebrando de forma anticipada que había pasado con mucha facilidad un obstáculo que podía haber cancelado dos tercios de mi ruta por el sureste.
Altamirano es un pueblo grande y extenso. Cuenta con aproximadamente 10,000 habitantes, por lo que tiene varios puntos de acceso y toma varios minutos cruzarlo. Entretenido en atravesarlo, no me preocupé en pensar que, si había un bloqueo a la entrada, también habría otro a la salida. En la carretera hacia Comitán, la cosa era más intensa. Había cientos de personas congregadas en la zona y la carretera no estaba bloqueada por una cuerda sino por camiones de carga. Trescientos metros antes del cierre, los lugareños detenían la marcha de cualquier vehículo. Mientras esperaba en ese punto junto con otros motociclistas del pueblo, se acercó un líder para informarnos que la Asamblea acababa de determinar que, a partir de esa hora, nadie entraba ni salía. De inmediato los propios habitantes de Altamirano reclamaron que se respetara el acuerdo que les permitía entrar y salir con las motos apagadas; pero nos respondieron que la decisión era inamovible e inapelable. Me acerqué al líder para tratar de platicar un poco más y me envió doscientos metros más adelante a platicar con otros líderes. Más que enojarme y buscar presionar o combatir la decisión de la asamblea, decidí que la mejor opción era acercarme de la manera más amable posible para entender las cosas, ser empático e intentar obtener el permiso de paso.
Los motociclistas de ruta en general le parecemos bichos “re-raros” (diría el amigo Magallanes) a la mayoría de la gente, por lo que, si nuestra actitud es la correcta, podemos congeniar y hacer “migas” rápidamente con los demás. Casi siempre suscitamos curiosidad o sorpresa por lo que hacemos: “¿De dónde viene? ¿a dónde va? ¿a cuánto corre?”. Gracias a las motos y al equipo de protección, no parecemos encajar en ningún lado y la mayoría de las veces las personas deciden que somos una curiosidad y no una amenaza. Eso nos da más margen de maniobra a la hora de estar en medio de situaciones complicadas. De hecho, como comentario al margen, durante todo el viaje sentí una gran amabilidad y un auténtico esfuerzo de parte de todo tipo de personas por ayudar y tratar bien al viajero.
Cuando logré acercarme a los otros líderes, pasando primero por un par de filtros más, me entregaron una circular que contenía las demandas del grupo y enseguida me platicaron las razones del bloqueo. Días atrás varios campesinos habían sido secuestrados, según ellos, por un grupo ligado al presidente municipal de Las Margaritas y a un grupo de policías municipales (no especificaron de qué municipio). Los secuestradores pedían diez millones de pesos por cada uno de sus compañeros. Su condición para terminar el bloqueo era que las fuerzas estatales y federales se involucraran, liberaran a sus compañeros y trabajaran para recuperar la seguridad pública en la zona. “¡Estas cosas no pasaban aquí!”, señalaron varios de ellos al mismo tiempo. Al saber que venía de la Ciudad de México, comenzaron a bromear que a mi regreso llevara sus reclamos al presidente y más entrados en confianza se siguieron de largo mandando todo tipo de insultos y vituperios. Hecha su catarsis, les pregunté si me podían dar “chance” de pasar, porque si el pueblo seguía cerrado, no tendría dónde pasar la noche más que en la banqueta y, si abrían el paso muy tarde, viajar de noche por una carretera tan mala significaría un riesgo muy grande.
Tal vez no compraron mis argumentos, pero definitivamente estaban de acuerdo conmigo en que yo no venía al caso en esa situación y creo que por lo mismo prefirieron votar para dejarme pasar bajo la misma condición de antes. La moto tenía que cruzar el retén apagada y rodada. Ni modo, tuve que pagar el peaje empujando a Optimus, lo que no es cualquier cosa, pero no me pareció tan caro dado que el resto de la gente seguía atrapada en el bloqueo; por lo menos, los que se quedaban tuvieron la satisfacción de verme sufrir un poco (schadenfreude[3] dirían los alemanes) empujando una distancia considerable la pesada motocicleta.
De nuevo en el camino, confirmé el resto de los rumores: la carretera a Comitán sí estaba en muy malas condiciones, pero no era intransitable. Afortunadamente, pude recuperar el día en una carretera vacía, disfrutar la gran belleza de los Altos de Chiapas y seguir la ruta hacia Comitán, San Cristóbal de las Casas, Chiapa de Corzo —tres pueblos que te dejan boquiabierto con su arquitectura y el sincretismo en sus artesanías— y terminar en la capital del estado. En Tuxtla Gutiérrez, comprobé de nuevo lo bien que los últimos quince años les han hecho a las ciudades de este tamaño. Tuxtla ha crecido, se ha modernizado y llenado de infraestructura y servicios. Por muchos años, ciudades como ésta sólo crecían en tamaño; es decir, pasaban de ser “pueblotes” a “pueblotototes”, pero no cambiaban en términos cualitativos. Ya no ocurre así. En la última década, Tuxtla se ha convertido en una ciudad mucho más compleja, cosmopolita y con muchos más servicios que la hacen agradable y fácil de visitar.
Luego siguió un tramo muy interesante porque era una completa novedad para mí. Crucé el Istmo de Tehuantepec hacia Oaxaca por la costa sur a través de La Ventosa, lo que es un poco un juego de azar durante el invierno, pues existe el riesgo de que coincida con la entrada de algún frente frío y entonces se vuelve imposible pasar en moto por los vientos que cruzan de forma transversal la carretera y fácilmente superan los 100 km/h. Por suerte, el clima cooperó y disfruté mucho el cruce en medio de los nuevos y espectaculares campos de generación de electricidad eólica. Después siguió Huatulco y finalmente Mazunte, el más austral de los pueblos mágicos del país. Con él, la cuenta llegó a 88, el segundo de los cuatro hitos de cumplimiento establecidos por los organizadores del reto: visitar 50, 88, 121 y 132 pueblos mágicos.
La industria turística en la Riviera Oaxaqueña ofrece un sabor propio, relajado y más auténtico al que ahora se vive en el Caribe mexicano. Al parar en Puerto Escondido, con tiempo para reflexionar sobre lo vivido en los días anteriores, me vinieron a la mente un par de observaciones adicionales.
La primera es que, si bien las ciudades medianas como Tuxtla Gutiérrez y Puerto Escondido se han modernizado mucho en muy poco tiempo, los pueblos en estos mismos estados se han llenado de mototaxis de tres ruedas conocidos en Asia como tuk-tuks. No importa lo recóndito de un pueblo, en cualquiera de ellos ahora existe uno o más sitios de tuk-tuks (parecen enjambres). Es impresionante la manera como estos vehículos aparecen y desaparecen ágilmente en las veredas y caminos más escarpados de las montañas. Tal parece que en un abrir y cerrar de ojos revolucionaron el transporte de corta distancia. En aquellos lugares en los que ya hay muchos, se vuelve un poco surreal transitar por las calles; por momentos llegas a pensar que has entrado a una ajetreada aldea en el sudeste asiático. Pero el explosivo crecimiento de la industria de tuk-tuks ha generado grandes tensiones en muchos lugares, la falta de orden en rutas y territorios confronta, a veces de forma violenta, a poblaciones vecinas[4].
La segunda observación es que, también en los últimos años, gracias a los programas de viajes en la televisión, los videoblogs y las plataformas de streaming, se internacionalizó el interés de los turistas por los platillos más conocidos y taquilleros de la gastronomía mexicana. De manera que, dada la demanda del consumidor, aun en el sureste y la costa occidental del país, ahora predomina la oferta de los tacos al pastor, las carnitas estilo Michoacán y la birria estilo Jalisco, disminuyendo la presencia de los platos regionales menos conocidos.
Tras dejar Puerto Escondido, todavía me esperaba un camino complicado. La última actualización de la lista de pueblos mágicos agregó a Santa Catarina Juquila, que se encuentra muy adentro en las montañas y lejos de cualquier otro lugar. Igual que otras veces, la cartografía contaba una historia diferente sobre el camino: Garmin indicaba mezcla de terracería y carretera, Google sólo carretera. El problema es que así no podía saber si el camino a Juquila y luego a Oaxaca me tomaría todo el día o sólo la mitad, y esto me impedía hacer planes respecto a los pueblos que faltaban. Afortunadamente Google tuvo razón y, a pesar de ser una carretera retorcida como pocas y Juquila un laberinto en el que me perdí un rato, logré llegar a Oaxaca a mediodía, subir a la sierra de Juárez para pasar por Capulálpam de Méndez, bajar de nuevo a los Valles Centrales en medio de una sorpresiva lluvia, visitar el Árbol del Tule, Mitla y regresar a Oaxaca para cenar en el Criollo, creado por los chefs Enrique Olvera (Pujol) y Luis Arellano sobre el diseño del arquitecto Javier Sánchez, sin duda, uno de los mejores restaurantes que existen en México actualmente.
Después de este maratón, lo único que quedaba al día siguiente en el plan era ir a “Teposcolula” y a Huautla de camino a casa. Todo iba bien hasta que 150 kilómetros después de dejar ese pueblo mi sistema de apoyo remoto —es decir, mi esposa y su teléfono móvil— me informó de la existencia de tres Teposcolulas (San Juan y San Pedro y San Pablo, que están juntos). Había visitado San Juan, el incorrecto, 10 kilómetros antes de los otros dos. Tuve que deshacer el camino para completar la visita al Teposcolula mágico (San Pedro y San Pablo) con su convento gigantesco y luego intentar llegar a Huautla, pero costó mucho tiempo y el daño al plan del día estaba hecho.
Desafortunadamente, una vez que llegué a Teotitlán del Valle, en las faldas de la Sierra Madre Oriental, y a pesar de que sólo faltaban 65 kilómetros para llegar a Huautla, el cansancio acumulado por más de 5,000 kilómetros de ruta me pesaba mucho. Los siguientes 25 kilómetros de ascenso a las montañas rumbo a Huautla fueron los más escarpados y difíciles de todo el recorrido y además comenzó a llegar el mal tiempo desde el Golfo de México. Simplemente ya no tenía más energía para correr por un tramo tan complicado y con mal clima, y luego andar cuatrocientos kilómetros más para volver a casa. Por primera vez, me di la vuelta. Abandoné el objetivo y mejor busqué llegar a casa de la manera más rápida posible.
Al terminar esta experiencia “fuera de control”, me han preguntado: “¿Qué te gustó más? ¿qué fue lo mejor? ¿qué conclusión sacas de todo este viaje?”. Es muy difícil contestar porque un país tan complejo como el nuestro tiene muchas capas: la gente, el territorio, las ciudades, el camino, las situaciones; pero lo que me dejó una huella más profunda es:
- Después de la pandemia, las personas en el sureste están haciendo un esfuerzo descomunal por salir adelante. En más de 5,800 kilómetros de recorrido no encontré una mala cara, un mal trato o una falta de interés por ayudarme. En los Pantanos de Centla, en medio de la nada, tiré la moto y de inmediato aparecieron dos personas que me ayudaron a levantarla y a cruzar con seguridad el puente derruido; no aceptaron nada de mí. En Altamirano, cuando comencé a empujar a Optimus fuera del retén, de inmediato un señor y su hijo dejaron sus mochilas aventadas en la calle para tratar de ayudarme. Fue muy difícil declinar su ayuda y convencerlos de que podía (y debía) hacerlo solo. El único gandalla que me extorsionó en el camino fue el pequeño niño que sostenía la cuerda cerca de Palenque.
- Hemos sobreestimado el corto plazo y subestimado el largo plazo. La revolución de los tuk-tuks, la modernización de las ciudades medianas, la epidemia de los tacos al pastor y las carnitas, además del narcomenudeo en la Riviera Maya, muestran cómo la población se ha vuelto sensible a los procesos globales y cómo éstos con el tiempo transformaron lo que sucede en la escena local. Ya no hay un lugar en México que no esté afectado por las redes sociales, los influencers, las plataformas de streaming, las calificaciones y recomendaciones de los sitios de internet e inclusive la actitud más abierta y permisiva en otros países acerca del uso recreativo de las drogas. Estos procesos nos afectan, pero en todas partes las personas están respondiendo para tener influencia y efecto sobre estos nuevos mecanismos de relación. Entienden mejor el juego global y lo están jugando.
- Lo que pasa a nivel de piso en pueblos y ciudades (por ejemplo, tener presencia y prestigio en plataformas como TripAdvisor o AirBnB) está desconectado de lo que ocurre a nivel de país. Paradójicamente, a pesar de que la gente, sin importar su lugar de residencia, ya está inmersa y forma parte de la cultura global, las deficiencias del país los limitan. Los gobiernos estatales y municipales no tienen la capacidad para mantener los caminos, y las instituciones federales de seguridad están ausentes en extensiones muy grandes del territorio, dejando a millones de personas a merced de caciques, vividores y mafiosos locales. La infraestructura nacional de comunicaciones sigue siendo penosamente insuficiente para las necesidades de la población. La cobertura y calidad de la telefonía móvil en Chiapas, Tabasco y Oaxaca es pésima. La economía no crece y se ve en el camino. Infinidad de jóvenes en Chiapas están literalmente sentados al margen de las carreteras buscando qué hacer.
En suma, si pudiera hacer una generalización de algo tan complejo y diverso como el sureste mexicano, me parece que la gran lección respecto a la última vez que lo recorrí en moto es que las personas se han vuelto mucho más dinámicas. Están haciendo más por su cuenta (bueno y malo) y esperando menos de la providencia y el gobierno. Existe una energía diferente que por un lado genera cosas nuevas y positivas; pero, en un momento en el que el poder político se concentra y la capacidad de las instituciones nacionales se repliega (como el mítico gigante con pies de barro), esta energía, sumada a las carencias y barreras que su legítimo interés por prosperar y ser parte del mundo, también se está desbordando y saliendo de control. ¿Cuánto más lograrían estas personas si en lugar de deficiencias y limitaciones tuvieran oportunidades y así su iniciativa pudiera seguir un buen cauce?
P.D. Unas semanas después y con el refuerzo de Mario y César, hicimos una ruta de 1,100 kilómetros para ir a Huautla y atravesar la Sierra Madre Oriental hacia Veracruz. Actualmente la cuenta de los pueblos mágicos recorridos va en 93.
- Maria Yagoda, “What Is Melipona Honey, and Why Is It So Good?”, Food & Wine, 6 de diciembre de 2019, version en línea: https://www.foodandwine.com/lifestyle/melipona-honey-yucatan-mexico ↑
- Staff Indigo, “Chiapas: manifestantes golpean a turista rusa que se negó a pagar cuota”, Reporte Indigo, 4 de enero de 2022, versión en línea: https://www.reporteindigo.com/reporte/chiapas-manifestantes-golpean-a-turista-rusa-que-se-nego-a-pagar-cuota-video/ ↑
- Se puede traducir como ‘placer por la desgracia ajena’. ↑
- Juan Carlos Zavala, “Se enfrentan taxistas y mototaxistas en Pinotepa Naional”, El Universal Oaxaca, 18 de noviembre de 2019, versión en línea: https://oaxaca.eluniversal.com.mx/seguridad/18-11-2019/se-enfrentan-taxistas-y-mototaxistas-en-pinotepa-nacional-0 ↑