Vivir (o sobrevivir) en tiempos violentos (Parte II)
La primera vez que vi en el mapa todos los pueblos mágicos de México, supe que las rutas del norte serían un gran desafío. Primero pensé que podía dividirlas en varias salidas “cortas” (como plan de abonos), pero dada la enorme extensión del territorio, al sumar las idas y los regresos, se acumulaban decenas de miles de kilómetros, semanas en el camino y la necesidad de muchos meses para recorrerlas. La otra opción era pagar de contado y juntar todo en tres rutas: una muy grande (la del centro norte), una enorme (la del noreste) y otra gigante (la del noroeste). La decisión fue pagar de contado.
Además de reducir el tiempo y el kilometraje total, existían otras razones para llegar a los 132 pueblos mágicos de la manera más rápida posible. Existen muchos que ven este reto como una afición a largo plazo y no están ni un poco preocupados en llegar a su conclusión. Saben que, al paso de los años, la lista cambiará, y probablemente eso les da alegría, pues significa que el hobby seguirá ahí de manera indefinida —de acuerdo con Rodando Rutas Mágicas (RRM) desde 2014 se han inscrito en el reto más de dos mil personas y a la fecha sólo 41 lo han concluido—. Para este tipo de motoristas llegar al final es quedarse sin razones para rodar. Pero, para mí, 2022 era el año en el que el proyecto tenía que llegar a su conclusión. Faltando poco más de un año para celebrar mi cumpleaños cincuenta, tengo prisa por hacer otras cosas. Además, la motocicleta es una amante caprichosa; en cuanto comienzas a declinar en el aspecto físico y mental es implacable, y te obliga a abandonarla.
A pesar de que existen excepciones —hay quienes aún ruedan en la séptima u octava década de la vida—, lo común es que, a partir de los cincuenta tardíos y sesentas bajos, la moto sea despiadada con la decrepitud. Son incontables los motociclistas retirados que me he encontrado en las plazas de pueblos y ciudades, quienes se acercan a contarme con nostalgia sobre la moto que tienen arrumbada en casa y que ya sólo es un amargo recuerdo de sus sueños inconclusos.
Así que, apenas un mes después de hacer la ruta del centro norte y antes de que el verano provoque un calor infernal en los desiertos, César —quien decidió acompañarme en estos tres últimos viajes sin ser parte formal del reto— y yo, de nuevo tratamos de avanzar lo más rápido posible rumbo al norte para visitar en cinco días catorce pueblos mágicos dispersos en los estados de Tamaulipas, San Luis Potosí, Coahuila, Durango y Nuevo León.
Nuestro primer objetivo fue Tula, Tamaulipas [1], del cual nunca había escuchado algo y esto no es de sorprenderse. Para llegar ahí es necesario recorrer extensiones enormes de una hermosa y rara zona que al mismo tiempo es semidesértica pero abundante en vegetación, lo que colorea el paisaje de un halo verde muy particular. En decenas de kilómetros no se ve otra cosa más que plantas xerófilas y la carretera es tan poco transitada que nuestro paso causaba algo de extrañeza en los pocos caseríos que hay por la zona. Geográficamente Tula se encuentra en el margen oeste de la Sierra Madre Oriental, en el punto medio entre San Luis Potosí y Ciudad Victoria. Ya que el objetivo final del día era más significativo para mí y en Tula la actividad era escasa, la parada fue corta y a partir de ese punto no dejamos de avanzar hasta encontrar el largo camino empedrado que conduce a Real de Catorce [2].
La primera vez que escuché algo sobre Real de Catorce —y se me antojó conocerlo— habré tenido menos de diez años. Un amigo de mis padres contaba en la sala de la casa, casi como un secreto, sobre un misterioso pueblo abandonado en San Luis Potosí, accesible sólo a través de un largo y estrecho túnel de mina por el cual los pocos que lo visitaban tenían que tomar turnos para recorrerlo en uno u otro sentido. Una década después —en los noventa—, Héctor Arredondo (QEPD) y otros amigos, mayores que yo y que por lo mismo podían viajar solos por México cuando yo aún no podía, fueron a la aventura para “redescubrirlo”. A la vuelta trajeron apenas un puñado de rollos de película que, una vez revelados e impresos en el papel, nos mostraron algunas fotos artísticas tomadas en blanco y negro que resaltaban el encanto derruido del lugar en el que sólo existía un hotel para quedarse. Al paso de los años, otros conocidos míos fueron, regresaron y me contaron sus historias. Mientras tanto, Real de Catorce pasó de ser un auténtico pueblo fantasma en los ochenta a un destino turístico exótico en los noventa, hasta terminar en un sitio de fama internacional —casi siempre saturado— en nuestra época, al que “todo mundo” tiene que ir alguna vez en la vida. Sin embargo, en el transcurso de las décadas, no había tenido yo oportunidad de conocerlo.
Así que el hermoso empedrado en los últimos veinte kilómetros antes del túnel Ogarrio me pareció más que adecuado, bienvenido y divertido, pues mantenía intacta la mística de llevarlo a uno hacia un territorio de aventura. Sin importar lo largo del recorrido de ese día, disfruté muchísimo este último tramo por fin cerca de Real de Catorce. Tuvimos una “carrerita” dentro del túnel con el auto de una desesperada lugareña que nos perseguía y que conocía muy bien el famoso corredor, del cual por cierto nunca nadie me mencionó que tiene una curva ciega de noventa grados a la mitad de su recorrido. Todo sumó al encanto de salir de la claustrofóbica obscuridad de la caverna hacia la luz y la belleza de un auténtico pueblo mágico de México.
A continuación, y fiel a su ánimo despreocupado, César pronto pidió instrucciones y avanzó sin pensarlo mucho en búsqueda del letrero monumental que identifica al pueblo. Esto lo hacemos en cada parada para tomar la foto obligada en la que deben aparecer quien hace el desafío, la moto y el brazalete de RRM, pues es la evidencia con la que se documenta que el pueblo mágico ya fue visitado. Lo chusco es que más tarde aprendimos que en Real de Catorce existen dos letreros, uno de fácil acceso en una calle plana frente a las oficinas de gobierno y otro en un mirador ubicado en la calle más elevada, angosta y escarpada del sitio. ¿Y adivinen qué? Dada la impulsividad de César, que encima de todo ya tenía hambre, no tardamos en estar en medio de una subida tan empinada que por seguridad incluso está bloqueada para el tránsito de autos; pero una vez montados en esta rampa de despegue, no nos quedó de otra que conquistar la cima. Parar era arriesgarnos a rodar a tumbos cuesta abajo junto con nuestras motos.
Yo sigo pensando que los lugareños nos la jugaron chueco con las indicaciones, pues fueron muy consistentes en decir que sólo existía el letrero ubicado en el mirador, cuando en realidad estábamos a una o dos cuadras del otro que no representaba ningún riesgo de caída. En fin, una vez en la cima la vista era sensacional y logramos tener una buena idea de lo pequeño que es este enclave minero, lo complejo de su geografía y el gran empeño que pusieron quienes lo construyeron para que tantas generaciones después valga tanto la pena visitarlo.
Más tarde, luego de negociar con las complicadas calles secundarias para localizar nuestro minúsculo hotel —un caro fiasco que indica lo demandado que está este destino— y de estacionar con dificultad las pesadas motos en un diminuto lote desnivelado y pedregoso, pudimos comer y disfrutar algunas de las muchas curiosidades de Real de Catorce, como el Realbucks Café, que parodia a la cadena de cafeterías más grande del mundo y la Chata, uno de varios personajes callejeros que te invitan a recorrer de noche las calles mientras te cuentan las leyendas y cuentos locales.
También escuchamos de parte de los encargados y dueños de los negocios ubicados en la calle principal un cuento muchas veces contado en otras partes de México sobre cómo el renacer turístico de Real de Catorce en la década de los noventa no fue idea de los mexicanos que sabían lo que valía, sino de inversionistas europeos quienes entendieron su potencial, adquirieron a muy bajo precio varias de las propiedades más importantes de la calle principal e impulsaron el destino como un sitio exótico y turístico, del que ahora son los principales beneficiarios, debido a las rentas que les pagan los negocios ahí establecidos para satisfacer las necesidades de los turistas que llegan por montones.
Otra parte de la vibra de Real de Catorce, que es más difícil de ver y conocer, es el turismo de alucinógenos relacionado con el peyote y los rituales místicos de los wixárika (huicholes). Lo que sí es muy común observar al estar sentado por largo rato en alguno de los cafés y bares de la calle principal es a turistas atípicos haciendo inesperadas conexiones con locales que deambulan las calles sin motivo aparente. Así ocurrió con dos andrajosas turistas europeas que recorrían las calles descalzas, propietarias de un acentuado daño solar en el rostro y en los brazos, y un equipaje raído que indicaba que hacía mucho tiempo exploraban y experimentaban lugares como Real de Catorce en calidad de mochileras trotamundos. Por un momento se me ocurrió que la despreocupación por lo material y la búsqueda de la iluminación o armonía con el universo, que muchos de los turistas alucinógenos como estas chicas persiguen, podrían parecerse a la consecución del estado de gracia por parte de los monjes que siglos atrás dejaban Europa, hacían votos de pobreza y recorrían descalzos las calles de pueblos como este en su misión para evangelizar a las personas de la Nueva España.
A partir de Real de Catorce y conforme los objetivos planteados para esta ruta, los días serían más largos y los trayectos más intensos, con pocas paradas y muchos destinos. Nos levantamos temprano, no había ni amanecido y ya formábamos parte de la sinfonía más grande que recuerdo de burros, perros y gallos, armonizada con el sonido de nuestras motos retumbando en las paredes de piedra. Después de esperar el primer turno del día para cruzar el túnel Ogarrio, nos tocó un amanecer cinematográfico. Parecía un buen augurio de lo que veríamos más adelante.
Un punto importante de viajar con un compañero de ruta es que tarde o temprano las particularidades de cada uno dejan de ser una nota al margen y se convierten en un asunto principal. César, como él mismo lo dice, es de necesidades muy básicas. Cuando tiene hambre, sueño o ganas de fumar, no puede esperar, y particularmente el tema de su hambre se convirtió en un nuevo factor por considerar.
Si no le das de desayunar a sus horas, no rueda y no basta con darle cualquier comida chatarra del Oxxo, sino que a fuerza tiene que ser alimento preparado y caliente. Dentro de ese ser “básico” lo bueno es que cualquier changarro o puesto de comida para trailero le resuelve el problema, así que, una que vez llegamos a la gasolinera, no tardó ni diez segundos en desaparecer. Lógicamente estaba empacándose unas gorditas en el puesto más precario que he visto en la carretera. Definitivamente llegará el día en que uno de estos puestos nos va a detener el viaje cuando mi amigo caiga fulminado por una fuerte gastroenteritis, pero hasta el momento César parece tener la resistencia estomacal de un perro callejero.
Unas horas más tarde ya habíamos pasado por Arteaga en Coahuila [3] y avanzábamos con muy buen tiempo para llegar a Parras a mediodía [4], pero antes de llegar al pueblo nos sorprendió en el camino una imponente propiedad que en el arco de entrada decía “Bienvenidos a Casa Madero”. Nunca se me ocurrió que al ir a Parras pasaríamos frente a las puertas de la vinícola más antigua de América. En estos viajes tenemos como regla “si la aventura te encuentra y te llama, no te puedes negar”.
Parar en Casa Madero resultó muy bien. Llegamos en el momento correcto para sumarnos al tour de los viñedos, la vinícola y las bodegas, el cual también incluía una cata de vinos. Conocer y conectar con la historia del lugar fue realmente especial. Es imposible no abstraerse al pensar que cuando inició el mestizaje y el amalgamamiento de las culturas europea y americana en este territorio, también comenzó a forjarse esto que ahora llamamos la cultura mexicana. Casa Madero es una de las pocas instituciones que lo ha visto y vivido todo; es, sin duda, una joya viva de nuestro país. Si lo pensamos un poco, nos muestra la realidad de lo que ha sido, es y puede ser la cultura mexicana. La vid y el vino europeos, transformados y adaptados durante siglos por la tierra y la gente de Parras, ahora constituyen una importante casa vinícola de prestigio internacional, tan orgullosamente mexicana que existe desde siglos antes de que existiera México como país. Es tan antigua que en este siglo cumplirá sus primeros quinientos años de vida.
Después de Parras, avanzamos por una carretera muy poco transitada que nos llevó entre las montañas a una espectacular zona de médanos conocida como las Dunas de Bilbao y más adelante al pueblo mágico de Viesca [5], cuyo mayor atractivo es estar cerca de las dunas. En términos históricos, sólo destaca porque, al ser un lugar tan remoto, fue escogido como uno los sitios de encarcelamiento de Miguel Hidalgo en su traslado hacia Chihuahua para ser enjuiciado por la Corona española. Fuera de eso parece que no hay más. De ahí partimos hacia Torreón para tratar de concluir el segundo día de ruta antes de que llegara la noche.
Desde que diseñé esta ruta, no importaba como mezclara las cosas, el tercer día siempre fue un dolor de cabeza y un monstruo. Desde Torreón primero había que ir hacia el oeste para visitar Mapimí [6], luego regresar hacia el este para tomar la ruta norte a Cuatro Ciénegas [7] y seguir en esa dirección rumbo a Múzquiz [8], luego a Piedras Negras y llegar al pueblo mágico de Guerrero [9], que es un auténtico callejón sin salida, porque es diminuto, está en una de las zonas más violentas del país y sólo te deja con la alternativa de pernoctar de forma “segura” en Piedras Negras o Nuevo Laredo.
Sumado a esto, desde que salí de la Ciudad de México comencé a tener una leve carraspera y dolor constante de cabeza —los cuales atribuí a la insolación y la deshidratación por el viaje—, pero conforme fueron pasando los días los síntomas se volvieron más intensos y variados. La noche en Torreón la pasé mal porque tuve fiebre, de modo que, al amanecer de ese día que por sí mismo era complicado, no dejamos la ciudad hasta encontrar una farmacia abierta donde pudiera automedicarme para atacar los síntomas y así evitar que el viaje se descarrilara en el día más importante de todos.
Logramos llegar a buena hora a Mapimí —lugar de la montaña alta— en el estado de Durango, cuyo principal atractivo es el antiguo puente minero de Ojuela (1898), el cual teníamos muchas ganas de conocer, pero hubo que dejarlo ir cuando vimos que el camino de acceso estaba cerrado, ya que es propiedad de la mina que todavía está en operación y ese día abriría dos horas más tarde. De ahí nuestra ruta cruzó de lleno el territorio ganadero de la Comarca Lagunera. Creo que con el tiempo he aprendido a identificar las señales que indican el estrés por la sequía en el territorio y definitivamente los campos de esta comarca no se ven como los recuerdo hace veinte años. La zona siempre ha sido árida pero no desértica al nivel que lo es ahora. Sólo lo que está irrigado es verde y alrededor de las zonas de riego todo lo demás está muerto o en proceso de morir. Coincidió que, mientras pensaba cuán documentada está la relación entre el cambio climático y todo tipo de problemas económicos y sociales, por lo que no era difícil conectar la sequía crónica con la violencia crónica, el panorama frente a nosotros cambió y nos envolvió una espesa y amarillenta neblina.
En realidad, era una tormenta de polvo levantada por los vientos que corren sobre los enormes terrenos ganaderos ahora desertificados. Por la ubicación y geografía de nuestro país, existen varias zonas similares más que son hídricamente frágiles. Esto quiere decir que no es necesario que ocurran grandes cambios en los patrones de lluvia y calor para que sus ciclos agrícolas y ecológicos colapsen. Por lo que vi ese día, la Comarca Lagunera parece ser uno de estos ambientes frágiles que ya está en franco proceso de declinación y, de ser cierto, esto traerá graves consecuencias económicas, políticas y sociales para el país.
Aunque la distancia entre Torreón y Cuatro Ciénegas [7] no es tanta —aproximadamente 200 kilómetros—, el recorrido parece que te lleva a un país completamente diferente, espectacular y dramático. La carretera tiene muy poco tránsito y las montañas son diferentes a las que estamos acostumbrados a ver en el centro del país, sobre todo porque están muy bien delimitadas y enmarcadas por los valles desérticos que las rodean. A diferencia del centro de México, no son parte de macizos apretujados, sino que en esta zona se muestran grandiosas en todas sus dimensiones y te hacen sentir diminuto cuando pasas junto a ellas. Más en nuestro caso, cuando en ese momento el mal tiempo estaba entrando desde el este en forma de inmensas nubes de tormenta que pasaban por encima de los picos como una gigantesca ola gris que en poco tiempo rompería sobre nosotros. La escena era bella, intimidante y sobrecogedora.
A diferencia de los pueblos anteriores, Cuatro Ciénegas es un lugar muy animado y bonito, tiene mucha actividad y se ve que es muy turístico. Ese día en la plaza, un club de coleccionistas de autos clásicos exhibía al público sus vehículos restaurados. Valía la pena pasar más tiempo ahí, sin embargo, en esta ocasión era muy importante que regresáramos a la carretera para cruzar temprano la que probablemente sería la zona más insegura de todas las rutas que habíamos hecho hasta ese momento. Tal como nos lo anunció la ola gris sobre las montañas, al salir de Cuatro Ciénegas comenzó a llover. Sumamos tiempo al reloj poniéndonos los trajes impermeables. El día se tornaba un poco más complicado, el dolor de cabeza repuntaba y César preguntaba por la incesante tos que escuchaba a través del intercomunicador. “Tranquilo, amigo, sólo hay que avanzar”, respondí.
Un aprendizaje obtenido al hacer el reto de los pueblos mágicos es que, en todas las zonas áridas del país, a falta de agricultura y fuera de las ciudades industriales que las caracterizan, la principal actividad económica es la minería. Por todos lados se ven tajos en los cerros y junto a ellos las montañas de jales que dejan las grandes minas después de procesar los minerales. De hecho, la mayoría de los pueblos mágicos tienen origen en el Camino Real Tierra Adentro, a través del cual la Corona española organizó la exploración, extracción, procesamiento y transporte del oro y la plata en la Nueva España. Me parece que no estamos lo suficientemente conscientes de lo antigua, grande e importante que es la minería y cómo ha dado forma a nuestro país. No obstante que luego de tantos kilómetros ya nos habíamos acostumbrado a ver operaciones mineras de buena escala, no habíamos visto una tan grande como la que encontramos en los alrededores de Múzquiz [8]. Basta decir que en este escenario extrañamente apocalíptico y atractivo fácilmente se puede hacer una nueva versión de la película Mad Max.
Múzquiz no tiene el encanto de un pueblo como Cuatro Ciénegas, pero tampoco es quieto como Viesca. Por el contrario, es muy movido. Tiene una atmósfera que no es turística sino de negocios, probablemente por la actividad que genera la minería. Cuenta con varios restaurantes grandes y en uno de ellos aprovechamos para quitarnos los impermeables mojados, darle de comer al amigo hambriento antes de que dejara de rodar y cargar energía para hacer el sprint final de 300 kilómetros. No estábamos lejos de Piedras Negras, pero la decisión complicada de la ruta siempre había sido ¿dónde cortar este día? A fuerza teníamos que desviarnos un poco hacia el golfo para visitar Guerrero [9], aunque no tanto como para no poder regresar a Piedras Negras. Al final tomaríamos la decisión en una bifurcación donde cargamos gasolina. Como siempre, preguntamos a los despachadores sobre la seguridad en la zona y nos dijeron que para todos lados la cosa estaba mal, pero “pior” en el camino a Guerrero, Coahuila. Definitivamente no íbamos a dar marcha atrás, era “pior” estar a 40 kilómetros de Guerrero, dejarlo pendiente y esperar a ver si la situación de seguridad en la frontera mejoraba algún día (¡ajá!). La vida es incierta y si algo se aprende con la edad es que las cosas siempre pueden empeorar. Así que decidimos seguir con el plan original.
Yo ya estaba preparado para que nos tocaran retenes con tipos amenazantes y armados en el cruce de los caminos, pero no hubo nada de eso. Vaya, ni siquiera vimos un perro callejero que nos ladrara, así que en poco tiempo arribamos a la plaza principal de Guerrero, un auténtico pueblo quieto de la frontera, caracterizado por tener muchas casas grandes y modernas de tipo americano de una sola planta, pero construidas a la mexicana con ladrillos y concreto. Muchas de estas casas tienen una larga calzada para que los autos dejen a los habitantes frente al porche de la casa, un driveway como se dice del otro lado, donde usualmente está estacionada una pickup de alta gama y modelo reciente. Más que un lugar peligroso, Guerrero parece el pueblo en el que vive la gente peligrosa de la zona. Tomamos nuestras fotos sin que nadie nos molestara. Minutos después teníamos al Río Bravo enfrente y dábamos vuelta hacia el este sobre la carretera federal 2 con rumbo a Nuevo Laredo. Todas las decisiones de ruta ya estaban hechas, el río Bravo y Estados Unidos quedaban a mi mano izquierda y absolutamente todo México se abría a mi mano derecha. Por primera vez Optimus y yo rodábamos en la frontera norte.
Casi no había otros vehículos en el camino y no nos molestaba tener el campo abierto para darle manga ancha al acelerador y así llegar lo antes posible al destino que cerraría nuestro día de viaje. Aunque en estos días habíamos pasado algunos retenes militares, en ninguno nos pusieron atención o nos detuvieron, así que cuando encontramos uno más, en el minúsculo territorio fronterizo de Nuevo León con los Estados Unidos, no le dimos mucha importancia. No obstante, los soldados en esta zona definitivamente tenían una actitud mucho más combativa que la que habíamos visto antes. Estaban más interesados en husmear en nuestro equipaje y fueron mucho más precavidos con las cámaras de la moto. Tardaron un poco en suavizarse y contarnos que el problema de matanzas y balazos era culpa “de los de negro” que no respetaban los acuerdos, pero que nosotros no tendríamos problema con ellos y que siguiéramos nuestro camino.
No entendimos qué querían decir con “los de negro” hasta que entramos a territorio tamaulipeco. Ahí encontramos un retén formado por un nutrido grupo de vehículos rotulados “Fuerza Tamaulipas” en los que estaban encaramados tipos encapuchados y vestidos totalmente de negro. Otra cosa curiosa de mi compañero de viaje es que tiene un desprecio absoluto por los policías y soldados encapuchados. Su argumento es que quien oculta el rostro tras una máscara, se deshumaniza, lo que le facilita la comisión de actos despreciables y violentos contra los demás. Cada vez que encontramos grupos de este tipo, lo que escucho en el sistema de audio del casco es algo que suena así: “@~^!”#%&/”. Afortunadamente en esta ocasión no resultamos sujetos de interés para la Fuerza Tamaulipas, pero, una vez que los pasamos, César seguía explayándose a sus anchas a través del intercomunicador. Eran casi las seis de la tarde. Para mí lo que quedaba atrás ya no importaba, el día monstruo estaba terminado, tachado de la lista, y por fin nos hallábamos en la “seguridad” y “tranquilidad” de Nuevo Laredo.
A la hora de la cena una señora me recordó lo relativas que pueden ser las categorías de “norte”, “sur”, “México”. Teníamos mucho tiempo esperando mesa en lo que parecía un buen restaurante totalmente vacío, cuando simplemente nos dijo: “Es lo malo del norte, aquí el servicio es muy malo. Por eso me gusta mucho ir al sur del país, como a San Luis Potosí, en donde a uno lo tratan muy bien”. Inevitablemente, después de haber viajado por el “auténtico” sur y sureste de México, una pregunta que me deja este reto (RRM) es saber si, dadas todas las diferencias, México es un solo país. ¿Será que en realidad San Luis Potosí es la frontera sur de una nación llamada El Norte[1] o MexAmérica?
A pesar de que había sido enfático con César sobre la dureza del tercer día, no le dije mucho sobre el cuarto y el quinto, ¿para qué? El detalle fue que no eran poca cosa. Teníamos que rodar al sur rumbo a Monterrey para visitar los pueblos de Candela [10] y Bustamante [11]. Candela resultó otro más de esos pueblos sin un atractivo que justifique su categoría de “mágico”, mientras que Bustamante, a pesar de ser agradable, parece más un pueblo de casas y fincas de fin de semana para la gente de Monterrey. En esta parte de la ruta, algo que nos tocó ver fueron muchos convoyes de autobuses de pasajeros con dirección a la frontera, escoltados por toda clase de vehículos militares y de la policía estatal (¿?).
De Bustamante era necesario hacer un loco zigzag para ir a Ciudad Mier [12], de nuevo en la frontera, y de ahí retornar por otro rumbo a Monterrey. Aunque era un recorrido largo, no esperábamos dificultades mayores, excepto que nos tenía preocupados el rápido desgaste de las llantas en la moto de César. El kilométrico y veloz recorrido del día anterior las había dejado en un estado en el que ya no sabíamos siquiera si podrían llegar a Monterrey antes de que alguna se ponchara.
Bustamante era el punto más cercano a Monterrey antes de iniciar el zigzag, y no tenía caso insistir en que la moto de César continuara y nos dejara varados en la frontera de Tamaulipas con los Estados Unidos, un lugar muy complicado al que se le debe tener respeto. Por lo tanto, mejor decidimos separarnos para que César, con la asistencia remota de nuestro amigo “El Inútil” ubicado en la Ciudad de México, pudiera dedicar el día a encontrar llantas nuevas en Monterrey, mientras yo seguía a Ciudad Mier, intentando no meterme en problemas, para reunirnos más tarde en la capital regia.
En mi caso, el mal tiempo continuó de manera intermitente camino a Ciudad Mier y, como no había ruta directa, esto aumentaba la incertidumbre sobre el estado y la situación de las pequeñas carreteras estatales y municipales que necesitaba transitar ese día. Igual que el día anterior en Guerrero, los caminos estaban desiertos y no apareció ningún signo de peligro hasta la frontera. Era evidente que Ciudad Mier era una plaza mucho más caliente que todo lo que nos había tocado antes. El ejército tenía una presencia muy visible y los efectivos se veían alertas y movilizados, con las manos siempre en los gatillos de sus ametralladoras de alto calibre que portaban arriba de camionetas artilladas. No parecía un lugar amigable en el que se pudiera pasar un rato tranquilo y mucho menos un fin de semana, como debería ser normal en cualquier pueblo mágico.
De nueva cuenta, busqué una gasolinera y me encontré con una larga fila de vehículos militares, policiales y lo que parecían grupos paramilitares de gente armada y encapuchada sin insignias, lo que no me ayudó a pensar que estuviera en una zona mínimamente segura. Es muy triste el contraste que se ve en la frontera. Ciudad Mier está muy cerca de la presa Falcón y, si uno observa con cuidado lo que pasa a lo lejos del lado americano, la gente está tranquila paseando en sus botes, haciendo carnes asadas junto al río y en general pasándola bien. Mientras que de nuestro lado la violencia aleja a la gente de las calles.[2] Sólo me quedaba salir de ahí, esperar que no lloviera demasiado y reencontrar a César en Monterrey.
Ese día las cosas nos volvieron a salir bien. Los dos llegamos al punto de reunión apenas desfasados por unos minutos y, gracias al soporte remoto de nuestros amigos desde la Ciudad de México, César fue muy bien atendido en una agencia bmw de Monterrey, cumpliendo su misión del día de conseguir llantas nuevas, mientras tanto yo conseguía el pueblo mágico número 119: la poca hospitalaria Ciudad Mier. Sorprendentemente era temprano y podíamos dejar las motos, quitarnos el equipo y salir a conocer y disfrutar un poco de Monterrey. También mi gripa parecía responder al coctel de medicinas autorecetadas y con esto la ruta noreste se dirigía rápidamente a su conclusión.
Sabía en mi mente que otro día habría de desempacar lo ocurrido en este viaje, tal vez cuando escribiera esta crónica. Definitivamente, sobre la marcha no esperaba ponerme a pensar mucho al respecto. Pero mientras buscábamos un lugar para comer, hicimos migas con un platicador taxista que, mientras nos conducía, estaba ansioso por comentar la joven gestión y los “logros” del nuevo gobernador de Nuevo León. La prensa ha reportado muchas veces vínculos cercanos de García con el cártel del Golfo,[3] así que después de cinco minutos en los que nuestro nuevo cuate no dejaba de hablar sobre la mano dura del gobernador contra el crimen, cometí el error de tratar de apaciguarlo comentándole sobre estos reportes.
Enfático me dijo: “Pues por eso lo queremos, al narco no se le va a ganar. Lo mejor es que gane uno de ellos y liquide a todos los demás”, y abundó: “En cuanto entró Samuel (el nuevo gobernador) llegaron a Monterrey sus amigos y comenzaron a desaparecer (matar) a todos los malosos de los demás grupos y se acabaron los problemas. Mire, acaba de pasar el concierto de Justin Bieber y nada malo ocurrió, a mí me fue muy bien con el pasaje”.
Por dentro el hígado se me volvía a retorcer como ocurrió un mes antes en Mazatlán, cuando el guía de la pulmonía decía que todo era mejor cuando el Chapo “gobernaba” la ciudad. La sospecha que tenía entonces de que la idea de “dejar ganar al grupo más grande del crimen organizado para que regrese el orden” tal vez era una convicción popular, con esto se volvía una certeza. Ya lo escuché muchas veces y de boca de demasiadas personas en diferentes partes del país. No sé si esto ocurre porque la idea está siendo empujada por el gobierno a nivel de su base electoral para justificar su fracaso en materia de seguridad o porque, después de tantas décadas de fracaso gubernamental, la gente simplemente está cansada del caos y llegó por su cuenta a la conclusión de que prefiere pagar tributo y vivir bajo el yugo de los delincuentes —la “maña” como le dicen en el norte—, pensando (de manera ilusa) que si los delincuentes están bien organizados y se mantienen fuertes, pueden mantener un mínimo aceptable de paz.
Esta misma idea es la que nos dieron a entender los militares cerca de Nuevo Laredo. Según ellos, la violencia se agita cuando algún grupo, como la Fuerza Tamaulipas, trastoca los acuerdos sobre el control del territorio por parte de los delincuentes. Si fuera así, los únicos ingenuos que vivimos en la ficción somos quienes aspiramos a construir un estado de derecho a través del cual sea posible, por ejemplo, visitar con tranquilidad cualquiera de los pueblos mágicos de México, hacer carnes asadas y disfrutar un paseo en lancha por el río Bravo en el lado mexicano o viajar en autobús a Nuevo Laredo sin la necesidad de una escolta armada. Escuchando, del mismo taxista, las bondades de tener a los criminales a cargo de la paz, de regreso al hotel mi dolor de cabeza se intensificó, la garganta dolió más y sólo quedaba preparar nuestro regreso a casa.
Para cerrar con broche de oro, en el quinto día teníamos dos opciones: ir de Monterrey a México directo por la autopista, disfrutando más de 900 kilómetros de tráileres y embotellamientos, o irnos por el Golfo de México y pasar a comer a Tampico, aprovechando que estábamos a tan sólo 500 kilómetros de unas ricas jaibas del Golfo. Después de todo lo andado, por supuesto que escogimos la ruta de Tampico. De todas formas, nos faltaba pasar por dos pueblos más: Linares [13], el 120, y Santiago [14], el 121, con el que ganaba el penúltimo parche del reto. A pesar de la grave sequía que sufrió Nuevo León en los meses anteriores, esa mañana el mal clima todavía nos perseguía y por más de 100 kilómetros la lluvia no nos dejó en paz e impidió que pudiéramos conocer un poco más de estos dos pueblos mágicos. En especial, Linares me pareció el más interesante de los pueblos de Nuevo León ya que por su posición geográfica durante mucho tiempo fue el punto de cruce entre las llanuras del Golfo de México, el Altiplano y los caminos para la colonización de nuevos territorios, situación que lo convirtió en una especie de metrópoli regional. A partir de ahí los cielos se abrieron, los caminos se aplanaron y la temperatura aumentó, de modo que pudimos dar rápida cuenta del asfalto en dirección a Tampico, donde la comida se convirtió en una pequeña celebración anticipada de una ruta bien lograda. De ahí continuamos por el Golfo hacia Tuxpan para cruzar la sierra y subir al altiplano por la autopista 132D, que pasa por Huauchinango y Teotihuacán hasta llegar a la Ciudad de México. Sorprendentemente llegamos a casa antes de lo esperado y menos cansados de lo que hubiera sido continuar por la ruta directa que baja por el centro del país. Este último descubrimiento se suma a los aprendizajes del viaje, el cual renovó varias viejas preguntas que me rondan desde hace años:
¿Por qué los extranjeros ven con facilidad lo valioso de México y nosotros no (Real de Catorce)? ¿Realmente existe una cultura mexicana (Casa Madero)? ¿Lograremos darnos cuenta de que para sobrevivir es necesario poner todo nuestro esfuerzo en resolver los retos ambientales (Torreón)? ¿Nuestra sociedad va hacia algún lado o está inevitablemente fragmentada y fracasada (Guerrero, Ciudad Mier)? ¿Hay dos naciones divorciadas: Mex-América y Meso-América (Nuevo Laredo)? ¿Podemos construir una nación en la que todos vivamos bajo el imperio de la ley o siempre seremos súbditos del crimen (Monterrey)?
En resumen (casi nada): ¿Quiénes somos y qué queremos los mexicanos?
P.D. Terminar la ruta y descansar en casa debía ayudar a resolver la misteriosa gripa, pero las cosas empeoraron al día siguiente. No quedaba de otra más que hacer una prueba para descartar covid-19 —no podía ser eso—, pero la prueba resultó instantáneamente positiva y con una carga viral muy alta. Espero que esta crónica sea un relato fiel de lo que realmente vivimos en esta aventura y no producto de la niebla mental y el delirio por la fiebre que produce la enfermedad. Tampoco se utilizó peyote de Real de Catorce para redactarla.
P.D.2. César no se contagió. Sigue teniendo la misma hambre de siempre y todavía se niega a rodar si no desayuna y fuma primero.
P.D.3. Con la siguiente ruta por Chihuahua y Baja California concluirá el reto de los, hasta ahora, 132 pueblos mágicos de México y será una gran aventura.
- Colin Woodward propuso un mapa de las “naciones” que conforman a Norteamérica y ahí identifica una nación llamada “El Norte”, que es la mezcla de la cultura mexicana y la americana. https://www.businessinsider.com/the-11-nations-of-the-united-states-2015-7?r=MX&IR=T ↑
- En los días en que escribo estas líneas los medios reportan bloqueos y las balaceras más graves que se han dado en mucho tiempo en la zona de Nuevo Laredo y Ciudad Mier. https://www.milenio.com/policia/balaceras-nuevo-laredo-suspenden-clases-7-diciembre-2022 ↑
- https://www.debate.com.mx/politica/Adrian-de-la-Garza-exhibe-video-que-vincula-a-Samuel-Garcia-y-su-familia-con-el-Cartel-del-Golfo-20210416-0143.html ↑